Después de la tormenta


El fin de semana cayó la Tormenta de Santa Rosa*. Ha llovido durante dos días seguidos; al principio con truenos y relámpagos, y luego suave, lo suficientemente leve para no generar estragos y, no obstante, lo suficientemente molesto para frustrar todos los planes.

Se dice que después de la tormenta llega la calma y creo que eso representa la situación. Esta semana será la última de Paty en Buenos Aires. Ella se irá a Lima y yo le daré el encuentro en diciembre, cuando liquide todo por acá. Entonces, vendrá la tormenta. Será un periodo vertiginoso de cambio y adaptación. ¿Podré encontrar la calma? Recuerdo que he estado en varias ocasiones en un panorama similar. Dígase: volviendo a empezar.

La primera vez ocurrió en 2010. El año anterior había atravesado una crisis existencial a consecuencia de una conflictiva relación, el fin de Magenta y la disolución de una empresa que fundé junto a Angel y Luis. Así que, como no había nada que me atara a Piura (la universidad la había dejado en suspenso desde 2008), decidí vender todo e irme a Lima a buscarme la vida. Al principio lo pasé muy mal, pero, de algún modo me las arreglé y, un año después, tenía un trabajo fijo y alquilaba un minidepa en Surco.

La segunda vez que empecé de nuevo fue por problemas de salud. Resulta que un día empecé a tener ataques de pánico en el trabajo y sentí que no podía continuar allí. Me diagnosticaron trastorno de ansiedad generalizada y me recomendaron cambiar mi estilo de vida. Entonces decidí renunciar y regresar a Piura.

Fue una gran decisión. En Piura retomé varios proyectos como terminar la universidad, resucitar mi blog personal (El verduguillo) y escribir un libro (Las aventuras del chico Fleitas). También tuve la oportunidad de fundar una editorial con el gran Angel (Caramanduca Editores) y, lo más importante, conocer a Paty, que se convertiría en la mujer de mi vida.

La tercera vez que empecé de nuevo ocurrió en 2015, cuando mi relación con Paty maduró y decidimos comprometernos. Es más, compramos un departamento y nos mudamos juntos una noche de verano, sin avisarle a nadie. Teníamos pocas cosas en el depa: una cama, un juego de comedor, una cocina, una refri, una lavadora y algunas ollas. Para complementar, ese día llevamos en una mototaxi el ropero de mi cuarto, nuestra ropa y una radio para poner música. No necesitábamos más.

Sin lugar a dudas, aquella (de 2015 a 2022) fue la mejor época de mi vida, a pesar de la infame pandemia. Me encantaba mi vida de casado, la convivencia con Paty, ver a mis amigos dos o tres veces por semana e incluso me gustaba el trabajo en casa: Tenía un increíble estudio que espero algún día reconstruir.

La cuarta vez que empecé de nuevo (y la segunda, con Paty) fue cuando decidimos venir a Buenos Aires, en 2022. Entonces trajimos una bolsa de viaje para tres meses. "Vamos a ver", dijimos. "Si nos va mal, regresamos a Piura y no se pierde nada". Pero resulta que todo salió muy bien. De hecho, sin temor a equivocarme podría decir que Argentina -con crisis y todo- nunca se mostró como un país complicado, adverso, hostil. El problema es que ahora mis ingresos de YouTube no pagan ni la tercera parte de la cantidad que recibía cuando llegamos; razón por la cual, no vamos a poder renovar el contrato del alquiler el próximo año. Por eso decidimos regresar a Perú. Allá tenemos casa y no necesitamos rentar nada.

Y ahora... otra vez estamos a puertas de un nuevo inicio. Podría preocuparme, sí. Pero, ¿qué ganaría? Más bien prefiero -y de allí el objetivo de este post- recordar cómo de alguna forma Paty y yo nos la hemos ido arreglando para encontrar la calma después de la tormenta y cómo, al final, siempre hemos llegado a buen puerto.

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*Llamada así porque ocurre el día de Santa Rosa de Lima

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