Mi historia del celular

Aquí, fingiendo recibir una llamada (2003).

Mi primer celular me lo regaló un tío muy querido en mi cumpleaños, en abril de 2003. Por aquel entonces, los celulares eran un objeto de lujo. Imagino que a mi tío no le habría salido barato pues, aparte de su precio, el equipo venía amarrado a un plan anual. No sé muy bien cómo lo manejó, pero a mí me alcanzaba para 5 minutos de llamadas mensuales. Y eso era todo lo que tenía. Hacer una recarga era impensable: había que comprar tarjetas de 20, 40 o 60 dólares, las cuales estaban muy alejadas de mi presupuesto. ¿Podía recibir llamadas? Sí, pero nadie llamaba a los celulares. Preferían el teléfono fijo. ¿Podía mandar mensajes de texto? La verdad nunca descubrí cómo hacerlo. ¿Podía recibir mensajes? En todo el tiempo que tuve el celular solo recibí uno y me llegó incompleto porque tenía una limitación de 10 caracteres.

El infame Audiovox.

El celular en cuestión era un Audiovox dorado. Tenía una antena desplegable y una batería que duraba unas 4 horas, como mucho. Era un lastre en todo el sentido del término. Pesaba casi un kilo y no me  entraba en el bolsillo. En general, por más cariño que le tuviese a mí tío, odiaba el celular. Encima tenía la obligación moral de llevarlo a todos lados por esa idea de "por si acaso ocurre una emergencia". La cuestión es que gracias al enorme tamaño del aparato, a fines del mismo año me bolsiquearon por el centro y lo perdí para siempre. Fue raro. Otras veces me he sentido enojado, frustrado y asustado ante un robo. Pero aquella vez me sentí feliz y libre. Gracias, señor ladrón, nunca olvidaré que me ayudó a deshacerme de la responsabilidad de cargar ese ladrillo inútil.

Estuve sin móvil por más de un año, periodo en el que me declaré activamente "anticelular" y eso que las circunstancias me lo pusieron difícil. En primer lugar, se popularizaron los Nokia 3310, que estéticamente me gustaban muchísimo. En segundo lugar, había llegado al país una nueva operadora de telefonía móvil (TIM) y tenía tarifas muy económicas para llamadas y una especie de chat de mensajes de texto.

El Nokia 3310. Amaba ese modelo y los colores en los que venía.

En verano de 2004, mi hermana Natalia, que inexplicablemente se las arreglaba para cambiar de teléfono todos los años, me "prestó" su viejo Motorola V2288. El dispositivo era simpático porque venía con unas fundas de silicona de diferentes colores, que le cambiaban el aspecto. Sin embargo, a mí el aspecto que más me gustaba era "sin nada".

Motorola V2288, mi segundo celular.

Usé el Motorola dos meses mientras hacía mis prácticas en El Tiempo. Era ligeramente mejor que el Audiovox. La batería duraba poco más de 6 horas, ahora sí podía enviar y recibir SMS completos y la agenda del teléfono permitía guardar más de 20 contactos. Sin embargo, un día mi hermana decidió venderlo y sanseacabó. Así que después estuve dos años sin teléfono, practicando mi filosofía anticelular, hasta que mi novia de aquel entonces me dijo: "No puedes andar así. Tienes que estar  comunicado".

Es curioso cómo la consigna cambió en menos de una década. En los primeros años, uno tenía móvil "para emergencias"; luego "para estar comunicado"; hoy "para existir".

Así que mi enamorada me "prestó" su antiguo celular en 2006. Yo acepté el trato (y de buena gana) porque primero, era mi enamorada y, segundo, porque el celular era bacán. De hecho, es uno de mis favoritos de toda la vida. Era un Samsung R200, comercializado por aquel entonces como el Samsung "Blue". ¿Por qué? Porque tenía iluminación azul, supongo. El móvil tenía un diseño muy bonito, aunque a mi gusto le sobraba una tapita en el teclado. Felizmente me fue fácil de remover y acabé usándolo sin ella.

El Samsung R200. A que se ve mejor sin tapita. 

Entre otras cosas interesantes, el R200 tenía un compositor musical para ringtones con el que pude generar el tema de El padrino. Me acuerdo que todo el mundo se quedaba huevón cuando escuchaba la musiquita, porque por aquel entonces los timbres personalizados eran muy caros e inusuales. Pero así como con mi hermana, un día mi enamorada me dijo que iba a vender el celular y me lo quitó pidió de vuelta. Eso me enojó un poco, la verdad. Me había acostumbrado mucho al "Blue" y por consiguiente, a la idea de "tener" celular. Así que de inmediato decidí comprar uno propio.

En abril de 2007 hice mi primera compra de un celular. Era un Sagem MY101X, que era el modelo más barato del catálogo. Me acuerdo de su precio: 69 soles (más o menos 30 dólares de hoy, ajustado a la inflación.) Lo adquirí en un módulo de Claro, en un supermercado ya desaparecido llamado "Cossto", entre las avenidas Arequipa y Sánchez Cerro.

Sagem MY101X.

El celular era modesto. Servía para lo que tenía que servir. Tenía un diseño sobrio. Pero -debo admitir- se hubiera visto mejor sin el ridículo fondo de una palmerita que emulaba una pantalla a color. Todos querían teléfonos con pantalla a color, por lo menos. De hecho, mis compañeros de la universidad ya tenían teléfonos con cámaras y capaces de reproducir mp3. Por ejemplo era más o menos común el  Nokia 5200, que es el celular más bello que vi en mi vida. Pero yo, humilde, no me hacía bolas ni me sentía menos con mi Sagem. Es más, lo ponía en la mesa al costado de los celulares más pitucos y si alguien intentaba menospreciarme por la palmerita le decía: "¿Qué pasa? Es un celular tropical, no como esos que ustedes tienen, grises, sin vida, sin personalidad".

El Nokia 5200. 

Mi Sagem me duró hasta 2009, cuando me lo robaron de la manera más insospechada. Por aquel entonces había dejado la universidad y trabajaba en Origami. Un día vino a mi oficina un tipo, haciéndose pasar como representante de la municipalidad. Supuestamente quería contratar nuestros servicios. Así que puso varios papeles sobre mi escritorio, para demostrarme sus credenciales. Cuando los recogió, no obstante, se llevó discretamente mi celular. Nunca entendí por qué desplegó tanto ingenio para llevarse tan poca cosa. En Origami nos robaban con mucha facilidad. Estábamos tan cerca de la calle que solo faltaba estirar el brazo para llevarse de todo. Así nos robaron tres tapetes, una planta y, por desgracia, el siguiente celular que me compré.

Tras el Sagem había adquirido un Nokia 1200. No era el teléfono más barato disponible, pero como era fan de Nokia, quería darme el gusto de tener uno de la marca. Además, pensé que me iba a durar buen tiempo. Nada me hacía sospechar que en menos de dos meses alguien me lo afanaría en un toque que fui al baño. Le dije a Angel que chequee pero, carajo, andaba distraído en la compu... y fue. Qué se va a hacer.

Nokia 1200.

Como con la compra del Nokia se me fueron todos mis ahorros, después solo pude tentar un teléfono de segunda mano. Así fue como conseguí un Samsung básico (no me acuerdo el modelo). El celular fue un ensarte porque se bloqueaba a cada rato. Había que reiniciarlo, sacándole la batería varias veces al día. De modo que al poco tiempo me harté de él y busqué otro teléfono. Me compré entonces un LG, también de segunda y también con un defecto similar al del Samsung: se apagaba constantemente. ¡Vaya suerte de mierda tuve ese 2009 con los celulares! No me faltaban las ganas de regresar a mi antigua filosofía anticelular. Sin embargo, como casualmente en casa había un ZTE A36 al que nadie le daba bola, me lo apropié. No recuerdo bien cómo apareció ese teléfono. Creo que a mamá se lo regalaron por algún asunto no esclarecido. Con todo y todo, no fue un mal celular.

ZTE A36.

En 2010, cuando estaba trabajando en Lima, me compré un Samsung E1086 nuevo. El E1086 fue mi primer celular con hands free. Además, tenía radio FM y un juego de sudoku. ¿Para qué más? En ese momento ya tenía una cámara de fotos compacta que sacaba mejores fotos que los teléfonos de aquel entonces. También tenía un reproductor mp3 que tenía más capacidad que cualquier otro celular. No veía la necesidad de tenerlo todo en un solo dispositivo. Y así fue como viví hasta 2013.

Samsung E1086 (era casi idéntico, solo que decía FM radio arriba del botón de Ok).

En 2013 tener un smartphone era la nueva normalidad. Había, además, una gran rivalidad entre Blackberry y los primeros Iphone. Para esas instancias, me compré un Samsung Ch@t222 que fue mi primer celular con acceso a internet (muy básico, por cierto) y también mi primer teléfono con cámara y con mp3. Fue un hermoso celular. Era muy cómodo en la mano y muy elegante, también. Salvando distancias, pasaba piola como Blackberry.

Mi Ch@t 222

Por aquel entonces estaba de enamorado con Paty. Ella trabajaba en Paita, que es una ciudad portuaria  a una hora de Piura. Yo la iba a visitar muy a menudo. Pero a veces regresaba muy de mañana y medio dormido. Con lo que, en uno de esos viajes, alguien me habría abierto la mochila y me robó el teléfono. Me acuerdo que pasada la cólera, mi primer impulso fue: "Si voy a comprar no quiero otro modelo, quiero el mismo". Pero ya no existía en ninguna tienda. El único que estaba disponible era su sucesor, el ch@t333. Era parecido, solo que un poco más rápido y con mejor cámara. Sin embargo, no me gustó del todo porque no era tan cómodo en las manos como su antecesor. Además, los botones eran más duros. Para colmo, el cromado del borde se comenzó a despintar al poco tiempo y el bisel alrededor del botón principal, se despegó. Un desastre.

Mi ch@t333, el día que hice mi primer video de Monitor fantasma.

Con todo y todo conservé el Ch@t333 hasta 2016, cuando ya estaba claro que los celulares con botones no tenían ni futuro ni presente. Entonces compré mi primer smartphone de pantalla táctil. Recuerdo que fue en el Ripley de Real Plaza. Allí, escondido en el área de electrónica, entre las cosas que no quieren vender, encontré en oferta un Lenovo Vibe B. El Lenovo era muy agradable al tacto, tenía mejor cámara que el Ch@t333 y se le podía cambiar la carcasa. En lo particular me gustaba la dorada (como se ve en la foto). Sin embargo, era demasiado lento. No estoy en joda. Demasiado es DEMASIADO. Además, la memoria era muy reducida. Solo daba para instalar las apps más básicas. La verdad es que no fue un celular que usé con gusto. Sólo... lo aguanté.

Lenovo Vibe B.

Por fin, y después de 15 años de celulares mediocres, en 2018 dije: no jodan, merezco un teléfono de alta gama. Y así fue cómo me compré el Galaxy S9 Plus, que era lo mejor de lo mejor en ese entonces. Resultó tan bueno que aún hoy lo tengo, convirtiéndose así en el celular más longevo de mi vida. Aunque eso tiene un pequeño truco. La verdad es que el dispositivo que compré en 2018 lo extravié en un taxi en Buenos Aires, tras una noche de copas, en febrero de 2022. Recuerdo que estuve muy enojado con mi despiste hasta que, pasada la cólera, llegué a la misma conclusión que tras el robo del Ch@at 222: "Si voy a comprar no quiero otro modelo, quiero el mismo". Aquella vez, felizmente, sí encontré el teléfono en stock y ese es el que conservo hasta hoy.

Galaxy 9+. 

A veces me cuestiono si debo o no invertir en uno más moderno, pero tras pensarlo un momento veo que no hay necesidad. El S9+ tiene una cámara espectacular, hace videos en 4k, es rapidísimo, tiene una pantalla súper Amoled y una batería que sigue rindiendo lo necesario. No sé si decir que "ha envejecido bien", porque no sé, en primer lugar, si es que ha envejecido. Lo único que podría joderme es que las actualizaciones de seguridad ya no cubren el modelo. Pero fuera de eso... yo creo que la tecnología no ha avanzado mucho más allá desde entonces.

Para terminar: ¿Cuáles fueron mis teléfonos favoritos? Puesto 3: el Samsung "Blue". Puesto 2: el Samsung Chat@222. Puesto 1: El Samsung S9 Plus. ¿Cuáles fueron los teléfonos que más odié? Puesto 3: el Samsung Chat@333. Puesto 2: el Lenovo Vibe B. Puesto 1: el Audiovox.

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