Eclipse solar

Recoleta antes del eclipse.

Se supone que hoy hubo un eclipse pero no vi nada, y eso que estuve atento y en la calle. No ha sido un buen día y no me siento con ganas de sacar una reflexión interesante de lo que ha ocurrido. Así que solo narraré lo que pasó.

Resulta que hace unos días decidí vender un anillo de oro que tenía por allí como herencia de mi madre. Sobre eso solo diré tres cosas: primero, para mí el oro no tiene ningún valor (peor aún: lo confundo con cualquier metal dorado); segundo, el anillo no tenía un significado personal, mi madre nunca lo usó, le parecía huachafo; y, tercero, tampoco era la gran cosa. De hecho, en una joyería cerca a mi casa me dijeron que sólo me podían dar 160 dólares por él. Sin embargo, no acepté el trato y le respondí al tasador que "lo pensaría".

"Pensarlo", naturalmente, significaba buscar una mejor cotización. Entré a internet y busqué joyerías. Concretamente me decidí por una que tenía una página web muy elegante y con un enlace directo al Whatsaapp. Les mandé un mensaje y me respondieron de inmediato. Me informaron que por las características del anillo me podían pagar "algo más" que lo cotizado. "Ah, está bien", pensé. Entonces fui a verlos. La joyería quedaba en Recoleta, en la avenida Alvear, en una galería muy suntuosa, en esas donde el portero te mira los zapatos al entrar.

Me atendió una señora muy distinguida, con ademanes de alta sociedad. Me invitó a tomar asiento y me preguntó por el anillo. Después lo pesó y me dijo que me podía dar 200 dólares. Bueno, yo dije "perfecto". Ella me comentó que antes tenía que hacerle una prueba, como es habitual, y a continuación limó el anillo y le puso un líquido que lo decoloró. Entonces ella exclamó "No es de oro fino". Yo asombrado le respondí que no podía ser, que si bien no sabía de metales podía asegurar que era de 18k. La señora prosiguió con que si fuese de 18 no se hubiera decolorado y que, dadas las circunstancias, sólo me podía ofrecer la mitad, o sea 100 dólares. Por un momento consideré la oferta, total, ya estaba allí. Además era un sitio elegante y la señora era una tía de sociedad. No me iba a engañar por unos cuantos dólares. ¿O tal vez sí?

"Lo pensaré", finalmente dije. Salí a la avenida y traté de ver si ya se estaba dando el eclipse, pero los edificios tapaban el cielo. Decidí entonces regresar caminando a casa. Serían más o menos 2 horas de camino, lo suficiente para pensar las cosas. Sin embargo, por Pueyrredón vi varias tiendas que, con llamativos letreros luminosos, decían que compraban oro. Eventualmente entré en una, que parecía ser el opuesto perfecto de la de Recoleta. De hecho, ni siquiera vendían joyas. Era un negocio de artefactos eléctricos, lo que me hizo pensar que me había equivocado. Sin embargo, tras preguntar me dijeron que pase, que vaya al fondo. Así entré a un cuarto oscuro en la trastienda donde me atendió un muchacho en buzo, como un asunto de la mafia.

El chico vio el anillo y me comentó que no tenía dudas de que era oro de 18k y que la señora de la otra tienda me había querido estafar. Me dijo que era lo usual: "le tiran un ácido que decolora para hacerte ver que no vale nada y luego te dan cualquier precio". O sea que en la elegantísima joyería de Recoleta me estaban estafando pero en ese negocio clandestino de Pueyrredón me estaban diciendo la verdad.

En fin, el chico finalmente me dijo que me daría los 160 dólares de la primera joyería que visité. Y, como yo ya no quería seguir tentando al destino, estreché su mano y el trato se hizo. Regresé al depa de noche, sin poder ver el eclipse, frustrado y putamadreando a la vieja de Recoleta. Después freí una milanesa y me la comí con arroz y lentejas.

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