Me hago invisible


Sí, sí, sí... No lo vuelvo a hacer.

He echado una mirada atrás y veo que he hablado mucho acerca de mí. Así que con este post doy por finalizado el tema “Galletitas de Limón” y dejo de comentar el libro cuyas ventas me ayudaron a salir de misio, pagar completamente mi deuda de publicación con la editorial, comprarle un regalón a mi enamorada por su cumpleaños, financiar un maravilloso viaje a Chiclayo y uno próximo a Trujillo y dejarme ciertas reservas para comprar separatas para la U y solventarme alguna que otra salida hasta fin de año.

Con todo, fueron 300 ejemplares que se vendieron como “galletas calientes” (acuñando la medio monse frase de un librero piurano). Mi libro se agotó; tuvo buenas, regulares y malas críticas (algunas aún las espero). “Galletitas de Limón” fue un título que se mantuvo en la mente del comprador por lo menos hasta ayer, cuando, después de un mes de presentado, en la feria literaria del Colegio Montessori, la gente preguntó sobre el libro (a parte de que si era para niños): “¿es el del boletín?”, “¿es el del periódico”, “¿es el mismo del cartel?”...

Pero ya. ¡basta de mí, maldición! No quiero parecer tan vanidoso. El destino de este post debería ir por la tangente, aunque valga comentar que me pongo un tanto melancólico con la obra que me hizo sentir un Paulo Coelho.

En fin, la noticia (criminalmente expresada recién en este cuarto párrafo) es que el 4 de octubre, ya mismo nomás, va a salir a la luz el libro de mi yunta Angel Hoyos. Me refiero a “Espectador Invisible”.

Pronto me encargaré de darle su chiquita. Pero todo a su tiempo. Así, sólo puedo adelantar (esperando no caer en amiguismos) que “Espectador invisible” realmente vale la pena. Y, prueba de ello, es que, tras leer el libro de Hoyos, he decidido dejar de hablar del mío. Tate al tanto.

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