Un día de mala suerte

¡Qué habilidad tienen los días para agrupar eventos desafortunados! Siendo un tipo racional, me enfado conmigo mismo al concluir con tanta ligereza que la "mala suerte" existe e intento encontrar una explicación. Pero días como el de hoy me dejan asombrado.

No tiene nada que ver con la historia pero lo vi por el camino y me gustó el concepto.

Todo comenzó por la tarde (porque trabajo de madrugada y duermo en la mañana). Tenía como objetivo ir a cobrar una remesa a la agencia de Argenper. Decidí ir caminando porque los pasajes en transporte público han subido mucho y porque cada vez que tengo la oportunidad prefiero hacer algo de ejercicio. Además en el camino había una plaza que conmemoraba a Giordano Bruno y quería pasar por allí. ¿Qué podría salir mal? 

Todo.

Cuando llegué a la plaza estuve buscando afanosamente la figura que había visto por internet. Como no la encontraba, entonces decidí consultar y me di cuenta que todas las fotos que había visto eran de otra plaza en México. Vale, hasta acá, me reí de mí mismo por despistado. Quizá, me dije, no investigué más porque asumí que una plaza llamada "Giordano Bruno", debía tener por lo menos una referencia a Giordano Bruno. Pero de él parece que solo tenía el nombre. Y una cancha de fulbito.

En fin, decidí caminar con el frío de la tarde, a menos de 10°C pero empezó a llover, a pesar de que no había pronóstico de lluvia. Mi instinto, cual perro de Pavlov, me hizo suponer que podría entrar a un café y aguardar un rato a que el mal tiempo pase, como habría hecho en mejores momentos. Así que pronto me hallé a mí mismo saboreando mentalmente un café que no iba a poder disfrutar, básicamente, porque no tenía dinero para pagarlo. No me quedó más remedio que seguir andando bajo la lluvia.

Saborear un café que no se puede pagar.

De pronto, recibí una llamada. Eran los de Argenper, me decían que me esperaban mañana en la agencia. Yo les respondí "¿Mañana? ¡ya estoy en camino!". Me informaron, entonces, que los pagos solo se hacían hasta las 5 y eran las 5:20pm. Yo les contesté que tenía entendido que el negocio estaba abierto hasta las 6 y que estaría allá en 20 minutos. Llegué a las 5:40pm. El local estaba completamente cerrado.


Así luce un local que cierra a las 6:00pm, a las 5:40pm.

Tengo que decir que hasta ese momento aún me encontraba ecuánime. Sabía que las cosas no habían salido bien, en parte por mi falta de precaución. Además, añadía, he llegado hasta acá por un asunto personal, por decir que caminé hasta la agencia, porque bien pude haber abandonado la empresa a medio camino. Así que decidí ir a tomar un colectivo de regreso, que hoy por hoy es tontamente más barato que el metro. Entonces... se me apagó el celular. Se me acabó la batería allí, en mi cara.

Para cualquier lugareño esto no es mayor inconveniente pero para mí es una pesadilla. Me cuesta mucho viajar en bus porque tengo que enfrentar al conductor (o cobrador) y decirle claramente a dónde voy, lo cual nunca sé con precisión. Por último, muchas veces no me entienden, me cobran cualquier cosa y me dejan lejísimos de mi destino. Por eso necesito tener internet, para saber qué líneas van exactamente donde quiero, cómo luce tal línea, qué variante de la línea es y dónde están las putas paradas. Nunca es tan fácil como subir y decir "Rivadavia al 6000", básicamente porque en Buenos Aires como en Lima y en todas las ciudades donde existen buses urbanos, el que viaja en colectivo o pertenece al club secreto de los que usan la misma línea o nace sabiendo y, todos los demás, deben ser humillados o maltratados.

La cuestión es que no podía viajar en colectivo; razón por la cual caminé hasta el metro, que lo conozco mejor y, al ser impersonal, me trae muchísimos menos problemas. Sin embargo, resulta que tenía que cargar mi tarjeta SUBE. Fui a un quiosco y le dije al de la tienda, un tipo sumamente comodón: "quiero recargar 2000 pesos, que es todo lo que tengo". El de la tienda me respondió que si no compraba nada solo podía cargar 500. Medio enojado, le acepté la maña. "Listo, su saldo es de 165 pesos", me confirmó el rufián. Al parecer, la tarjeta estaba en negativo y parte de esos 500 pesos se consumieron con la deuda.

"¿Y ahora qué hago?", me pregunté. El pasaje del metro, según la web de la ciudad estaba en 650. Con 165 de saldo no podría completar un pasaje. Resignado, caminé a la estación, pensando gastar mis últimos 1500 en otra recarga. Llegué al subte y vi algo que de pronto me alentó: el encargado de la estación estaba haciendo pasar a todo el mundo gratis porque se habían quedado sin sistema. Bajé las escaleras como Chris Gardner pensando: "Esta pequeña parte de mi vida se llama felicidad". Sin embargo, a escasos metros de la puerta alguien le avisa al empleado que el sistema había regresado e inmediatamente me señala el lector de tarjetas. "No tengo saldo", le comenté, esperando compasión. "Vení a recargar", me respondió, privándome de todo beneficio.

Así que tomé los 1500 pesos que tenía y los cargué a la tarjeta. Sin embargo, al usarla para entrar vi que la máquina de la puerta no me la leía. El encargado me dijo: "Pasá a la otra". Fui a la siguiente máquina y al entrar vi que marcaba algo extraño: "Saldo restante 365". "Está loca", pensé. "He recargado 1500. El pasaje está 650. Sin contar lo que tenía antes, debo tener para un pasaje más por lo menos", calculaba, y pensaba que iba a revisar bien ese asunto llegando a mi destino.

En el andén, observé con impaciencia el paso de los trenes; todos tan llenos como el metropolitano en hora punta. Me preguntaba cómo podía ser que con estos precios aún la gente use masivamente este transporte. ¿Están todos locos o es que estoy tan pobre que no me he enterado?

Al fin me subí en un tren en el que por lo menos no tenía que reñir con la física para respirar. Llegué así a la estación, un rato después, cansado, de mal humor y con un dolor de espalda que me está jodiendo desde hace una semana y que se agudizó por mi gran idea de salir a caminar.

En la estación lo primero que hice fue revisar mi saldo en la tarjeta. En efecto, solo tenía 365 pesos. Pregunté en la boletería a qué se debía y me contestaron que quizá no me fijé y pasé la tarjeta dos veces en el viaje anterior. Así pues, mañana sin dinero, sin pasaje y con la espalda jodida, tendré que volver a ir caminando hasta Argenper, perdiendo un segundo día de trabajo; todo por mi despiste o, simple y llanamente, por mala suerte.

Comentarios

Entradas populares