Vaya cagada


El otro día, fui a hacer las compras al supermercado. Paty y yo tenemos la suerte de tener tres supermercados cerca de casa. Pero, al que me gusta ir más es a uno que se llama Coto por muchas razones. Entre ellas, destaco, me gusta la ubicación. Yo soy un tipo que tiende al sedentarismo. Me gusta salir. Me gusta caminar. Pero por mi trabajo apenas me levanto voy a la compu y estoy todo el día allí salvo que pase algo. Así que a veces me invento los motivos para salir. De modo que, cuando tengo la oportunidad de hacer las compras, elijo ir a Coto, que no es el súper más cercano pero sí el que tiene el camino más agradable. Coto está en una zona residencial, tranquila, en la que pasa poca gente, a diferencia de los otros dos supermercados, que quedan en una de las avenidas principales de Buenos Aires, la avenida Rivadavia. Ahora, que el camino sea agradable no es un detalle menor, porque me predispone a ser más contemplativo, me pone en modo “paseo”; voy más lento, observo más detalles, reflexiono más.

La cuestión es que la otra vez, camino al súper, me encontré de ida con un excremento, presumiblemente canino, presumiblemente de una raza grande ya que su producción digestiva era de un tamaño descomunal y, a juzgar por su consistencia pastosa, con una alimentación alta en grasas. En resumen, era una cagada mayúscula que el verano y la humedad potenciaban, haciéndola más apestosa y atractiva a las moscas. Yo, como buen asperger, a veces tengo la ventaja y a veces la desgracia de tener un olfato y un oído muy agudo. Ojo, esto no quiere decir que sea mejor que los demás. Por el contrario, esto quiere decir que soy más susceptible y más irritable a ciertas sensaciones.

Los sonidos agudos me pueden resultar muy molestos. El pitido de una alarma o el llanto de un bebé lo percibo como que me clavan una aguja entre los ojos. Con los olores básicamente ocurre lo mismo. Por eso, cuando huelo a excremento, a basura u otra cosa en descomposición, es como que la estuviera saboreando también. Sé que es diferente que en otras personas, porque cuando, por ejemplo, viajo en un avión y percibo que un bebé necesita cambio de pañal tengo una crisis de ansiedad. Necesito respirar alcohol, salir de allí o algo; en cambio, las demás personas están como si nada.

Bueno, descrita ya mi situación, es de suponer que aquella vez frente al excremento de aquel perro mastodóntico… Yo intentase contener la respiración, y pasar de largo media cuadra más. Cosa inútil, porque aún así, al llegar a mi destino, me parecía que seguía oliendo la caca. De hecho, no sé por qué esta idea me llevó a revisar la suela de mis zapatos para comprobar que no la había pisado. Pero no, todo estaba bien. Me coloqué mis audífonos y puse una de Ghost.

Cuando llegué a caja me di cuenta que pasé casi una hora haciendo las compras. Así pues, una vez pagado todo, regreso por el mismo camino y de nuevo me encuentro el olor a mierda. Bueno, me dije: “a contener la respiración y pasar de largo, sin pensar mucho”. Pero no iba a ser tan fácil como de ida.

Resulta que alguien había pisado la caca. Y no solo la había pisado. A juzgar por las huellas, dicha persona habría patinado y, en un arranque de cólera, también habría zapateado y desparramado el excremento amarillo y pastoso por toda la vereda y parte de la pared de la casa adyacente. Así que no había posibilidad de pasar de largo. Por el contrario, había que demorarse más, intentando ser cuidadoso de no pisar esa hedionda materia fecal, ahora salpicada por todos lados; además, con la complicación de llevar el carrito lleno de víveres y evitar que sus ruedas se lleven parte del postre.

Al final pude hacerlo no sin antes maldecir al dueño del perro que no tuvo la decencia de levantar la caca de su mascota y al que pisó la mierda y la esparció, convirtiendo ese paseo mío, por aquella, una de las calles más bonitas de mi barrio, en un momento ingrato y nauseabundo.

El epitafio de esta aciaga historia, ocurrió unos instantes después, cuando, por fin, conseguí cruzar. Entonces pasó un sujeto atlético en ropa de deportes, corriendo y sorteando con pericia las vicisitudes que yo un momento atrás sufrí. El tipo surcó ese camino, se rió y me comentó, sin perder el buen ánimo: “Vaya cagada”.

Pienso que la vida es como ese camino al súper. Hay muchas calles, pero elegimos pasar por la que más nos gusta. Todos trazamos un recorrido y nos proyectamos hacia ese tránsito, considerando, de alguna forma, la posibilidad de que en algún momento aparezca algo que cague las cosas: una crisis, una catástrofe natural, un mal gobierno, una enfermedad, etc. Pero con lo que sí que no contamos, lo que sí que nos puede “cagar la vida” es que en ese devenir venga otro idiota que además la embarre más; que iracundo y cegado por el revanchismo, se desquite del mundo, jodiendo a quienes éramos más vulnerables.

Ante esta situación, distintos tipos de personas asistimos al mismo fenómeno. Todos somos de alguna forma víctimas de la cagada y de quien la esparció. Sin embargo, lo que le resultó sencillo a uno, no lo fue tanto para el otro; lo que para algunos no pasaría de lo anecdótico, para otros puede ser catastrófico. Para algunos la pandemia global fue una etapa de crecimiento espiritual, de transformación; para otros, una catástrofe en la que perdieron a varios seres queridos, de la que aún no se recuperan. Para algunos mirar la lluvia por la ventana es algo romántico. Para otros, la lluvia es sinónimo de inundación y de pérdidas cuantiosas. Para algunos, las medidas para frenar una crisis económica son solo un pequeño trago amargo, para otros, es un azote durísimo que probablemente puede llegar a poner en riesgo su subsistencia.

Yo comprendo que hay personas que, por su optimismo o su habilidad para encontrar humorística una situación, les sea fácil salir de un problema. Pero salir a flote, estoy seguro, no depende tanto de su sonrisa o de vibrar en un tono energético, sino de los implementos con los que, al igual que el resto, atraviesan el mismo camino. No es lo mismo, ir en ropa deportiva, con buena condición física; que ir con hipersensibilidad, arrastrando un bulto pesado.

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