Tres hechos insólitos



La inauguración de la librería Alejandría fue el lunes 1 de septiembre de 2014. Desde entonces, la tienda se caracterizó por ofrecer una variada muestra de libros de autores de Piura y otros títulos comunes en el mercado. Alejandría no vendía productos piratas y sus promotores se presentaban como “libreros que saben de libros”.

La librería en su esplendor

Sin embargo, como toda iniciativa literaria que es más cultural que comercial, el negocio tuvo una corta duración, cerrando sus puertas a fines de noviembre del mismo año. No hay mucho que contar sobre esta breve vida de libreros que nos tocó vivir. Todo se podría resumir en una línea como: “fue bonito mientras duró”. Aunque… por otro lado, sí, debo admitir que hubo tres hechos que llamaron la atención por lo insólitos que resultaron y que, sin duda, recordaré mejor que la escasa acogida del negocio.

Primer hecho: disparos en la calle Ica

Miércoles 3 de septiembre (a dos días de inaugurada la tienda). Llegué a mi turno a las nueve de la mañana. Abrí la puerta, acomodé mi laptop en el escritorio. Fui por la escoba para hacer un poco de limpieza. De pronto, un ruido de disparos hizo eco por los pasillos del centro comercial donde funcionaba la librería.

Un par de asaltantes han disparado a quemarropa a un cambista frente al hotel Ixnuk. El cuerpo del sujeto yacía recostado sobre el primer escalón de la entrada. Algunas personas se acercaban a auxiliar al herido. Lo embarcaron en un taxi rumbo al hospital.

La sangre quedó derramada sobre la vereda. Me quedé contemplando esa mancha roja por varios minutos, hasta que llegaron los peritos de criminalística, hicieron una breve investigación y luego los trabajadores del hotel trajeron jabón y paños y limpiaron todo.

Más tarde, saliendo de mi turno, vi que la noticia se difundió a nivel nacional, por medio de las imágenes de las cámaras del hotel. Todos hablaban de la inseguridad ciudadana. Todos se quejaban de lo mal que estamos. Todos querían justicia para el pobre cambista.

Las imágenes fueron ampliamente difundidas.

A la fecha en la que escribo este post, no se sabe a ciencia cierta si es que detuvieron a los asaltantes (sé que acusaron a un sujeto, pero éste probó que no había estado en Piura ese día y denunció a la policía por manchar su honor). Tampoco se sabe si recuperaron los 65mil dólares que robaron.

Segundo hecho: una bomba en el centro

Viernes 5 de septiembre (a cuatro días de inaugurada la tienda). Pasé por Alejandría en la mañana, sin ser mi turno, con la única intención de visitar a Jonatan. Al llegar me di cuenta de que las calles estaban acordonadas y que las rejas del centro comercial habían sido cerradas. El vigilante, sin embargo, me dejó entrar con cierta preocupación, explicándome que habían puesto "una bomba" en la calle Arequipa y que no es prudente andar por ahí. A mí me pareció una broma. 

A lo lejos vi al señor Melquiades, sentado en la librería, que en realidad es un stand de madera y grandes cristales. Lo que quiere decir que si ocurría la explosión el vidrio se rompería, provocando que Jonatan tenga una muerte lenta y dolorosa. Él, sin embargo, no parecía advertir el peligro y revisaba su celular TUENTI, mientras escuchaba música con sus enormes audífonos SKULLCANDY.

Me acerqué al fin a la librería y Jonatan me repitió lo que me dijo el vigilante, pero con una sonrisa. Le hacía gracia el acontecimiento. O era eso o era que no valoraba su vida en lo absoluto. Imaginé que tenía que ser lo segundo, ya que no había razón para estar allí, sentado, atendiendo: todo estaba cerrado.

La camioneta

Contra toda advertencia decidí asomarme a la calle Arequipa y ver con mis propios ojos qué ocurría. Se trataba de una camioneta Mitsubishi L200 roja que estaba mal estacionada frente a Maxibodega. Todo el perímetro había sido cercado por la policía y, al lado del vehículo, se encontraban los agentes de la división de explosivos, que revisaban afanosos la camioneta. Por supuesto que los curiosos no se hicieron esperar y se han acercado todo lo que han podido a costa de su propia integridad (lo cual evidenciaba una lógica muy particular: “¡Hay que ver una bomba antes de morir!”, aunque en este caso los dos verbos podrían entrar en el mismo paquete).

Los curiosos

Tras el asunto del cambista y su difusión a escala nacional, la policía debe haber quedado muy mal parada. Quizá por eso intentaban limpiar su imagen montando una especie de 11 de setiembre. Realmente me pareció un poco exagerado el show de bloquear cuatro cuadras a la redonda, disponer de todos los agentes de las cuatro comisarías de Piura, desplegar cientos de metros de cinta policial y traer a estos especialistas en explosivos con sus trajes de astronauta; toda una performance que no tenía mayor utilidad que lucirse ante la prensa.

Así pues, a dos horas de iniciada la maniobra, se escuchó el ruido de una pequeña explosión (no más grande que un cohetón de año nuevo). Los policías despejaron la zona orgullosos y en cinco minutos todo volvió a la normalidad.

¿Qué carajo pasó aquí? Pues bien…

Un informe publicado en el diario El tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar: Un gringo –en realidad no recuerdo si decía “gringo” pero lo dejaré así para darle más gracia al relato- había alquilado una camioneta. Cuando manejaba por el centro de la ciudad se le ocurrió revisar la guantera y ahí encontró un artefacto extraño. Inmediatamente entró en pánico y acudió a la policía. La policía, a su vez, no pudo identificar el objeto, así que por precaución cercó el lugar y llamaron a los agentes de la UDEX. Por último, como ellos tampoco consiguieron determinar de qué se trataba, colocaron el aparato en una llanta y, con unos explosivos que cargaban, lo volaron en pedazos.

Se supo que el objeto, por más desconocido que resultaba, no contenía ninguna clase de material explosivo. Lo que no se supo es por qué en primer lugar no se llamó al dueño del vehículo para preguntarle qué era. Era tan simple como eso. Pero no, los súper genios querían reventar algo.

Tercer hecho: el camión abollado

Lunes 8 de septiembre (a una semana de inaugurada la tienda). Llegué a mi turno a las nueve de la mañana. Abrí la puerta, acomodé mi laptop en el escritorio. Fui por la escoba para hacer un poco de limpieza. De pronto, un ruido… (Déjà vu) … un crujido metálico remeció los corredores del centro comercial.

Levanté la mirada y vi que se trataba del camión de una empresa de mensajería que intentaba estacionar en reversa en la calle Ica. Al hacerlo, el conductor estrelló la tolva contra un poste de alumbrado público.

Los cambistas de la zona, quienes muy orondos dirigían el retroceso del camión, discutían y se echaban la culpa entre ellos. Naturalmente, el chofer los mandó a la mierda, arrancó y se fue reputéandolos. El vigilante del centro comercial se acercó a la librería y me advirtió que tenga cuidado con esos sujetos, porque "son bravos" (sic).

Lugar del choque.

Esto lo confirmé unas semanas después, cuando pasé por la librería a dejar mercadería. Por unos segundos estacioné mi moto justo donde se estrelló el camión. Los cambistas me miraron con cara de poto y me advierten que no me cuadre ahí, que ese es su espacio y que está reservado. No les hice caso. Dejé la moto (sin perderla nunca de vista). Cuando salí recibí una amenaza: “la próxima vez te la desaparezco”, me gritó el más feo de ellos.

Consecuentemente, nunca más me estacioné allí.

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