¿A qué hora te mueres?


Tan pronto llegó de viaje, tomó un taxi al hospital. Ahí se encontró con los padres de Manuel. Sus rostros reflejaban angustia. “Hola, Ángela, te agradezco mucho que hayas venido hasta aquí por Manuel. Él sólo pregunta por ti”, saludó la mamá. “No se preocupe, señora. ¿Cómo está él ahora?” “Estable. Puedes pasar. Te está esperando”. Ángela entró en la habitación. Él estaba conectado a un respirador artificial. Un electrocardiograma dibujaba sus débiles signos vitales. Ángela lo saludó con ternura. Él abrió los ojos y masticó una sonrisa que no le salió muy bien. “Me han dado apenas un par de días de vida”, dijo con dificultad. Ángela lo calmó, le pidió que no hable, que descanse. Manuel no le hizo caso. “¡Casémonos!”, exclamó antes de toser. Ángela pensó que Manuel estaba delirando. Ella y él habían sido novios en la universidad. Juntos habían tenido una bonita relación por algunos años. Pero habían terminado, a su vez, tiempo atrás, cuando ella emigró a otro país.

Ángela salió de la habitación y fue detenida por la madre de Manuel: “Concédele ese favor, hija, mira que le queda tan poco…” Ángela le respondió que por más cariño que le tuviera a su hijo no podía hacerlo porque ya estaba comprometida con otro hombre. La mamá de Manuel, no obstante, insistió: “vamos, no te cuesta nada. Es su última voluntad. Dale esta última alegría para que pueda morir en paz”, lloró. Ángela acabó por aceptar.

De esa forma, en unas horas llegó un juez de paz, hizo firmar unos documentos y declaró a Ángela y Manuel legalmente casados. Manuel, con el poco entusiasmo que le permitía su salud, pidió que le tomaran fotos junto a Ángela, para que quede en la posteridad el que sería el día más feliz de su vida. Manuel se esforzó por prescindir del respirador frente a la cámara e, incluso, consiguió la energía para darle un beso a Ángela, como tenía que ser.

Ángela se quedó a dormir esa noche al lado de Manuel, pensando que podía ser la última.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Manuel amaneció de muy buen humor y el médico juzgó que no era necesario que use el respirador, aunque lo dejó en la habitación por si ocurría alguna emergencia. También, Manuel empezó a hablar con más fluidez y hasta se animó a recibir a algunos periodistas que querían contar su historia.

Ángela y la familia de Manuel sabían que la enfermedad era fatal. Por eso de momento veían con asombro la gran mejoría.

Pero los días pasaron y la alegría inicial de Ángela se convirtió en preocupación cuando se dio cuenta de que su viaje se estaba extendiendo más de lo previsto. ¿Qué locura había cometido casándose con Manuel?

Pasó un mes desde que Ángela llegó. Para entonces, los médicos habían concluido que Manuel ya se podía incorporar por sí solo. Ángela lo encontró aquella vez pintando una casa en acuarela. “Mira, cariño, cuando me den de alta iremos a vivir a una casa parecida tú y yo solos”, amenazó Manuel. Ángela no pudo contener la rabia: “¡No, no, no! ¡Tú te vas a morir!” Manuel empezó a reír. “Pero Ángela, estoy casi curado ¿No es un milagro?” De pronto, Ángela sintió que el corazón se le aceleraba y que le faltaba el aire. Con sus últimas palabras renegó: “¡Miserable!” Le había dado un paro cardio-respiratorio.

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