Por qué me mudé a Buenos Aires (y sigo aquí)

Estuve releyendo mi última entrada y he tenido una impresión bastante negativa acerca de por qué elegí mudarme a Buenos Aires. Según lo escrito, todo parece indicar que llegué en un acto de escape, apalancado por una situación que no podía ir peor. Y aunque algo de cierto hay en eso, lo dicho sólo responde a “por qué migré” y no contesta a “por qué ESPECÍFICAMENTE a Buenos Aires”. Peor aún: ¿Por qué continuar aquí, cuando no son los mejores años de la Argentina?

¿Qué hace usted acá?

A ver. Desde luego que Paty y yo sabíamos cosas. Previo a todo, desde 2017, con la convicción clara de que queríamos emigrar, visitamos varias ciudades candidatas. Sin embargo, ninguna superó la percepción que teníamos de Buenos Aires; ideas fundamentadas en vlogs de viajes, opiniones de conocidos y una visita relámpago que hice a Córdoba en 2009. Argentina, en ese sentido, nos parecía la mejor oferta. Pero, con todo y todo, Buenos Aires no dejó de ser un experimento. Cuando llegamos teníamos dinero para 3 meses. Pensamos: “si nos va mal (o no nos gusta) nos regresamos y listo”. Pero no fue así. Buenos Aires nos encantó y, a continuación, explicaré las razones:

Empezaré por decir, que Buenos Aires tiene muy mal ganado el apodo de “La ciudad de la furia”. Me parece que, descontando el clima (y la estima que le tengo a Cerati), no hay peor forma de describir a esta maravillosa ciudad. En mi experiencia, Buenos Aires es una urbe de personas amistosas, nobles, educadas, solidarias y felices. Basta echar una mirada a los parques y las plazas, a la tarde, cuando la gente se junta para compartir un mate, jugar pelota o simplemente echarse a la sombra de un árbol a disfrutar la naturaleza.

Sin carteles de “prohibido pisar el césped”

Así que yo podría decir que Buenos Aires es, en primer lugar, “la ciudad de los parques”, pues aquí he conocido los más hermosos que jamás vi: el parque Chacabuco, el parque Lezama, el jardín botánico, la costanera sur, los bosques de Palermo; entre muchos otros que celebran la vida y que, por fortuna, son libres, sin rejas, sin vigilantes y sin carteles de “prohibido pisar el césped”. Sí, yo antes pensaba que los parques eran para ser cuidados; para “engalanar” la ciudad (conservando, quizá, esa absurda idea de tener cosas solo para jactarse de ellas). Buenos Aires me ha hecho cambiar de parecer: Ahora pienso que los parques tienen que estar vivos porque es allí donde se inicia el sentido de comunidad. Los parques son puntos de encuentro, lugares de actividad física, espacios de ferias itinerantes, centros de recreación. Creo que una ciudad es grande no solo por sus edificios, sino por la capacidad de coexistir con la naturaleza, en equilibrio; cuando contiene el descanso de la urbe en las áreas verdes. En ese sentido, creo que muchas de las ideas negativas que la gente tiene sobre su ciudad refieren a urbes con carencia de parques, plazas o alamedas; razón por la cual el descanso es capitalizado por el mall o el centro comercial, que funciona como placebo social, promoviendo consumismo en lugar del sentir comunitario.

Groseramente monumental. ¿Qué es esto? Pues... solo un reservorio de agua.

La arquitectura de Buenos Aires es un capítulo aparte. Puede que sus edificios no sean tan antiguos y no conserve ese aspecto colonial de otras capitales latinoamericanas (por ejemplo, Lima). Pero, por su parte, Buenos Aires se toma la atribución de ser una ciudad groseramente monumental y ecléctica. En una misma cuadra conviven diferentes estilos: edificios neobarrocos, neoclásicos, Art deco, Art Nouveau, etc. En lo particular, nunca me canso de caminar por las avenidas, contemplando detalles inacabables; entre frisos, gárgolas, cúpulas y figuras incrustadas en las paredes. Buenos Aires es una ciudad hermosa y no depende de la estación; sea verano o invierno; bajo lluvia o a pleno sol. Buenos Aires es un continuo descubrir entre el esplendor y la melancolía.

La cultura es otro asunto importante. Voy a dejar de lado lo que se refiere a museos, sitios históricos y bibliotecas; pues toda ciudad suele tener algo a lo que denomina “su cultura”. No obstante, así como existe esta noción de cultura que se emparenta con el pasado y la tradición, también hay otra concepción menos practicada que es “generar cultura”. En ese sentido, son pocas las ciudades que como Buenos Aires se vuelcan a eso; a través de laboratorios como el Centro Cultural Recoleta o la Usina del arte, que son espacios vivos, libres, abiertos… quizá sin sentido aparente, pero que funcionan como plataforma de inspiración. Lugares donde uno va y son, genuinamente, lo que quieres que sean; puedes escribir una novela allí. Puedes armar una coreografía de danza moderna. Puedes rodar un cortometraje. No hay límites… más allá del horario.

Vi a un país entero celebrar.

Paso de la comida. Creo que es cliché decir que la carne y el vino son buenos. Yo prefiero terminar este post con recuerdos de experiencias que no podría haber tenido en otro lugar: Me gusta decir que participé en la Feria del Libro más grande de habla hispana, que vi a un país entero celebrar la copa del mundo, que viajé en el metro más antiguo de Latinoamérica, que crucé la (otrora) avenida más ancha del mundo, que vi las obras de Van Gogh y Rembrandt en el Museo de Bellas Artes, que me senté en el mismo café que frecuentaba Borges, Cortázar y Sábato, que me perdí en La Boca, que me embriagué en San telmo y que regresé -no sé cómo- en la línea 2 a las 3 de la mañana, con un chofer que me dice: “¡Bajá con cuidado, rey!”. ¿Cómo no me va a gustar vivir acá?

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