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El jurado ha declarado el premio desierto. Recuerdo que eso leí cuando vi los resultados de un concurso en el que me había presentado; concretamente, en la categoría de dramaturgia. Me apunté allí porque, como sabía que se presentaban muy pocos concursantes, pensé que no me sería difícil conseguir algún premio. Sin embargo, el jurado desestimó todo esfuerzo y concluyó que nadie hacía méritos para alcanzar el primer lugar o alguna mención honrosa. Ahora bien, la peor noticia para mí vendría después. Y es que indagando por allí descubrí que, para rematar, solo se habían presentado dos concursantes en dicha categoría. Con lo cual, anduve enfadado por buen tiempo, quejándome de la humillación. Me decía a mí mismo: “¿Pero qué les costaba? ¡Solo tenían que escoger a uno de los dos!”.

No obstante, con la madurez terminé por ceder la razón al jurado. La verdad no sé qué habrá escrito el otro participante. Lo que sé es que lo que yo presenté fue algo tan mediocre que me hubiera avergonzado toda la vida de exhibir un premio inmerecido, existiendo tanto talento sin reconocer.

Así que el jurado, renunciando a la presión de elegir el mal menor, sabiamente optó por la tercera opción: ninguno. Si ninguno califica, ¿por qué premiar la mediocridad? y más aún: ¿Por qué manchar en actas los nombres y apellidos de cada uno de los miembros?

Voy a dejar estas preguntas pendientes para el que desee darle una interpretación apropiada. De momento comparto una vieja foto que tomé hace 8 años, en el desierto de Piura. Quien va caminando hacia el horizonte es mi amigo Angel. Por aquel entonces él y yo trabajábamos en una editorial y esa foto se convirtió en la portada de un libro de filosofía llamado “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”. Como verás, todos los caminos conducen a Roma.

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